Me gusta la simpleza de tus manos pequeñas como un grano de maíz cuando se escabulle de tu trigal para trabajar en mi cuerpo de algodón estirarme como el cielo hacía tu boca y hacerme nube ingrávida sobre ti dispuesta a inundar el silvestre cuerpo de tu cuerpo de cereal. Me gusta la simpleza de tus manos como me lavas la calma de tus segundos haciéndome dormir dentro de tu alma reposando mis sueños con la almohada de tus senos estrujándome por completo la sangre dentro de la batea de tus besos. Me gusta la simpleza de tus manos como siembran las flores que yo esperaba con ese olor natural de magnolias en tu cuello y como recogen pétalos quebrados curándolos con tus dedos sinceros de tierra de hojas hojas crecidas de tus manos para sentirme árbol y así poderte abrazarte tanto. Me gusta la simpleza de tus manos mi cuerpo ya las reconoce y las reclama tu alivio de ternura que me escribes sobre mi espalda cuando me abrazas y mi cuerpo sabe
Esa maldita liturgia de entregar las llaves, con esa sensación que sólo el despojo te hace atravesar el abdomen con una punzada que tiene el filo del último corte que dividió aquel pastel que creíste que te endulzaba la vida o que creíste que tanto trabajo te costó hacer de tu cuerpo un almíbar y ese gusto amargo te peñizca la lengua una y otra vez te sacudes con esa desazón de no volver a abrir lo que alguna vez sentiste tuyo. Y una vez tuve que dejar las llaves de un gran castillo o de lo que creía que era un castillo quizás nunca lo fue o no hubo esa estatuilla de soporte que reinara y que no tuviera la fuerza para sostener la aguja del reloj cuando el arcano de nuestro tiempo marcó la dieciséis y quizás lo que no era castillo se desplomó tal como si lo fuera sólo sé que allí quedó el sello de la carta de amor que más humanamente le he escrito a la vida y que hoy sigue escribiéndose sobre la tierra sin escombro creciendo, respirando y siendo la cop
El sol despierta a tu macetero ilumina a la mesa la flor que desnuda tu levadura y el olor a tu pan recién sacado del horno fresco caliente tierno fuego del racimo a mis temblores humeantes como alas de chirigüe silbando parado y separando al viento de la lluvia que se posan por tu ventana para caer por el vidrio templado donde entra el fulgor de un rayo a tu boca de alba ardiente y todo ese cielo donde se condensa esta mañana el agua de tus astros que iluminó esta noche en la tierra mojada de tu cama.
Hermoso
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