EL MANOJO DE LA VIDA
Esa
maldita liturgia de entregar las llaves,
con esa
sensación que sólo el despojo te hace atravesar el abdomen
con una
punzada que tiene el filo del último corte
que
dividió aquel pastel que creíste que te endulzaba la vida
o que creíste
que tanto trabajo te costó hacer de tu cuerpo un almíbar
y ese
gusto amargo te peñizca la lengua una y otra vez
te
sacudes con esa desazón de no volver a abrir lo que alguna vez sentiste tuyo.
Y una vez
tuve que dejar las llaves de un gran castillo
o de lo
que creía que era un castillo
quizás
nunca lo fue o no hubo esa estatuilla de soporte que reinara
y que no
tuviera la fuerza para sostener la aguja del reloj
cuando el
arcano de nuestro tiempo marcó la dieciséis
y quizás
lo que no era castillo se desplomó tal como si lo fuera
sólo sé
que allí quedó el sello de la carta de amor
que más
humanamente le he escrito a la vida
y que hoy
sigue escribiéndose sobre la tierra sin escombro
creciendo,
respirando y siendo la copia original de la llave
que tiene
nuestra sangre que alguna vez fraguó un castillo cristal.
Y una vez
más tuve que dejar otra llave
y fue esa
llave que siempre soñé tener
que me
hizo entrar a la casa donde me sentí en casa
donde me
abrió lo que hasta ahora he sentido como un edén
no solamente
por poder entrar por sus ojos verdes
ni por su
cuerpo de jazmín enriquecido de su querer
sino
porque la llave de su casa abrió puertas mías que yo no conocía
y me
sentí vivo por primera vez y la respiré paisaje de su desnudez
y ella me
sintió en un momento como llave de su diario de vida
hasta que
decidió dejarme pastando su primavera
dentro de
una chapa sin cerradura de su corazón tierno y hermoso
porque el
tiempo no alcanzó para ser gotas de rocío
que
puedan oxidar el noble metal de lo que alguna vez se abrió entre los dos.
Hoy me
pidieron que dejara otras llaves
las que
abrieron un escritorio como caja de mis zapatos
la que
también son aptas para abrir o cerrar la caja fuerte del capitalismo
esas
llaves que te cierran en tu cara como portazo de la indiferencia
esas que
te hacen nuevamente sacar el lustrín para maquillar tu caminar
y te
hacen colgar de las corbatas y poner tu rostro como chapa
para que
pueda doblarse la rigidez y así abrir el temple de un buen camino.
¿De
cuántas llaves será el manojo de nuestras vidas?
¿Cuántos
abrir, cerrar, entregarse vendrán?
Sólo sé
que tengo para siempre la llave del vientre de mi madre
otras que
abren la solidez del amor en las manos obreras de mi padre
y por lo
mismo tengo la certeza clara que de mis manos
son venas
crecientes en una carta que alguna vez soñó con castillos
y que es
el real sello de la copia original de nuestro ser.
Decido
abrirme a la liturgia de la dicha
de haber
tenido la llave que me hizo entrar tan verdadero
por esos
hermosos ojos verdes de esta vida
y que en
el escritorio donde escribieron mis zapatos
no podrán
despedir sus huellas y hay otro sendero que avanzar.
©Escritos con Tinta de Vida,
Pétalos, Espinas y Amongelatina
desde 1992
Todos los poemas están registrado con derechos
de autor, por lo que se pide citar la fuente.
©Registro de Propiedad Intelectual: 237.757
ISBN: 978-956-353-491-7
Me encanta este poema, dice mucho y de lo simple es algo muy valioso que a veces no lo percatamos en su dimensiones.
ResponderEliminar